POR TIGER Y ZIZI.
Los nuevos inquilinos del desvencijado jardín debatían a cerca del confort de su nuevo hogar. Llevaban muchos días a sus espaldas recorriendo las calles hasta encontrarlo y, además, ella estaba a pocos minutos de dar a luz.
– ¿Crees que vamos a estar bien aquí? Me pregunto cuántos pequeños tendremos…
– Tranquila. ¡Claro! Aquí estaremos cómodos, mira el césped, allá hay un pozo cerrado y queda un hueco perfecto para cuando des a luz, resguardado y a salvo de los indeseables perros.
– Ay, no me lo recuerdes… hace dos noches… ¡Creo que nunca he corrido tanto! Y con la tripa tan llena. Pensé que no nos escapábamos de la emboscada que nos tendió, aunque tus bufidos acabaron por desmontar su estrategia. Y aquí, ¿crees que podremos quedarnos?
– Seguro que sí. Otras veces he pasado por aquí y los dueños apenas vienen, ya ves cómo lo tienen todo… Bolsas enormes de basura, botellas de plástico por todo el patio, telas amontonadas…
– Estarán podridas de tanta lluvia, aunque para los pequeños será todo un festín, podrán escarbar, oler, mordisquear, trocear… será un buen aprendizaje.
– Y, además, me ha comentado Topaz ¿te acuerdas de él?
– ¡Uy sí! No me dejaba tranquila. El muy estirado no hacía más que rondarme… gato negro con ojos verdes engreído… ¿qué te dijo?
– Que los que viven aquí no son muy normales. El aspecto de la casa… ya lo ves. Y el mal olor llega hasta la esquina. Parece ser que las pocas veces que vienen no hacen más que traer bolsas y bolsas llenas de quién sabe qué y las van acumulando. La excusa es que guardan y guardan para por si acaso lo necesitan. Es como si no tuvieran nunca bastante, se sepultan en cosas que no van a utilizar y cargan con ello toda la vida ¡Nunca lo entenderé! -aseveró Tiger mientras se relamía las patas de atrás.
– ¿A qué te refieres?
– No entiendo cómo es posible que necesiten tanto para sentirse seguros, tú y yo sabemos que se puede pasar con muy poco y así uno viaja ligero, ¿no?
– Hablando de ligero -dijo Zizi dándose la vuelta- ¡estos ya están queriendo salir! Me voy al hueco del pozo.
Tiger se quedó vigilando para que ningún depredador humano se acercase, en especial los amantes de los peluditos recién nacidos que sin ningún pudor se apropiaban de los pequeños para abandonarlos a su suerte en cuanto les viniera en gana.
– ¡Cinco! -resoplaba Zizi casi sin aliento.
– Voy enseguida, he rescatado una colcha de entre la mugre y no está mojada. Haremos una buena cama para todos.
El ruido de un motor de 90 caballos se acercaba al garaje. Tiger y Zizi se escondieron con los recién llegados debajo de la estropeada colcha.
– ¿Ramón dónde dejo la pila de periódicos? -decía Rosa sacando una bolsa enorme atada con cuerda como un atillo gigante- Aquí ya no cabe nada más.
– Más allá del pozo, algún día los necesitaremos y servirán para algo.´Tráeme el gato, la rueda ya está en las últimas… ¡Allí, con ese montón de hierros! -señaló Ramón.
– ¡¿Un fuelle metálico?! ¿para una rueda?! Ni siquiera saben quiénes somos, cosa que agradezco. Por un momento me he preocupado… ¡Tápate! Que viene para acá. ¿Ves lo que te decía? No hacen más que traer mugre, con lo grande y bonito que es este jardín. -apuntó Tiger asomado debajo de la colcha que en otro tiempo fue parcheada de flores.
– Dan pena… tan trastornados. Dos piernas para sostenerse de pie, dos brazos multiusos y una cabeza demasiado grande para lo que contiene… -añadía Zizi con un hilo de voz-. En fin, voy a descansar, vigila a los pequeños Tiger.
– Descuida. Voy a marcar el territorio para avisar a los convecinos de que estamos aquí.
– Huele a humanos sin recursos y no sé si eso es bueno o malo -terminó Zizi antes de caer desplomada al lado de sus cachorros.